Según un estudio estadístico llevado a cabo por investigadores de una universidad ., los huracanes a los que se les ponen nombres de mujer generan más víctimas mortales que los bautizados con nombres masculinos porque la población los percibe como menos amenazantes y por tanto toma menos precauciones.El estudio tiene en cuenta datos de más de seis décadas y halló que, en efecto, las tormentas con nombres de mujer mataron a casi el doble de personas. Aunque la investigación propone cambiar el método para bautizar los huracanes, los científicos del Centro Nacional de Huracanes sugieren simplemente que la población esté atenta y asuma la amenaza que supone cada tormenta, independientemente de si llama Sam o Samantha.Obviamente, los nombres son asignados de forma arbitraria y su potencial peligrosidad no tiene nada que ver con su denominación, pero no deja de ser curiosa la coincidencia. Y sobre todo, dice Kiju Jung, uno de los científicos que han hecho el estudio, “si la gente expuesta a una gran tormenta juzga su amenaza en base a su nombre, entonces la situación es realmente peligrosa”.
La investigación, publicada en Proceedings of the National Academy of Sciences, analizó los daños causados por las tormentas tropicales en Estados Unidos entre 1951 y 2012. Se han excluido del cómputo el huracán Katrina (2005) y el Audrey (1957) –ambos femeninos, por cierto–, porque fueron muchísimo más letales que un huracán promedio.
Según los datos, hallaron que los ciclones con nombre de chica mataban a más gente. Incluso los responsables del estudio sugieren que cambiar a un huracán un nombre masculino como Charley por otro como Eloise podría triplicar el índice de víctimas porque la gente inconscientemente los juzga como menos violentos.
Las personas que fueron encuestadas, a las que se pidió que imaginaran que se acercaba un huracán Alexandra, Christina o Victoria, pensaban que serían menos dañinos que sus equivalentes masculinos Alexander, Christopher o Victor. Curiosamente, inicialmente, los huracanes en EE. UU. solo eran bautizados con nombres femeninos, una práctica que los meteorólogos consideran apropiada dada la naturaleza impredecible de las tormentas tropicales. El método de ir alternando “chico-chica” se adoptó a finales de los 70 para eludir las acusaciones de sexismo.
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